Caytlin se fue a casa. Cómo todos los días, su perro fue a recibirla. Fue hacia la cocina a comer algo, no tenía gran cosa en la nevera pero le llegaba para hacerse la cena, comía poco, desde hacía 6 años comía muy poco. Caytlin de niña no era la más bonita ni la más adorable. Era rellenita y no era tan hermosa cono ahora lo es. Quizás que amaba la comida y odiaba hacer ejercicio fue lo que provocó que comiera desmesuradamente y acabara pesando setenta quilogramos con doce años... Cuando tenía trece vio que todas sus amigas comenzaban a salir con chicos, pero, ¡Ojo! todas sus amigas tenían muy buena figura, ahí se dio cuenta de que los chicos no quieren a chicas gordas, si no que quieren a chicas extremadamente delgadas y guapas. Su tristeza por saber que estaba sóla a causa de su figura la invadió demasiado rápido. No quería salir de casa, no se sentía bien consigo misma y evitaba que otros la vieran. Dejó de comer a la hora de la comida, hora a la que su madre no se encontraba en casa. Poco después dejó el desayuno. Más tarde de comer entre horas y al final sólo cenaba, no por propia voluntad, si no porque su madre estaba allí en aquel momento y la controlaba. Vio cómo fue perdiendo peso, se motivó para seguir, pero no era capaz de aguantar lo que aguantaba antes sin comer... Y volvió a intentarlo, hasta que lo cosiguió y adoptó la costumbre de comer poco.
Al terminar de cenar fue a darse una ducha. Cuando terminó, se secó y se terminó de asear para irse a dormir.
Durmió bastante bien. Pero sabía que eso era algo raro, no siempre dormía bien, se había acostumbrado a despertarse repetidas veces durante la noche y a tener terribles y terroríficas pesadillas que a base de un día tras otro sucederse, se combirtieron en sueños.
Aquel día sí que se convertiría en una pesadilla, lo sabía, lo presentía. El día no comenzaba bien, hacía mucho calor y demasiado sol para que ella se sintiera a gusto. En esa clase de días Caytlin tenía un miedo extremo a coger color, cosa que odiaba, amaba su piel blanca como la nieve. Recordó que había quedado con su madre para desayunar a las doce y media. Miró el reloj. Las diez. Aún tenía algo de tiempo para arreglarse y para buscar la ropa que solía llevar cuando quedaba para desayunar con sus padres.
Sus padres no apoyaban completamente la decisión de su hija de adoptar la estética gótica, aunque tras un mes viéndola así vestida su padre se hizo a la idea de que no podía cambiar a su hija y lo acetó. Su madre no estaba de acuerdo con Caytlin en eso, ni en eso ni en nada. Caytlin sabía que cuando iba a verla tenía que ponerse otra ropa si no quería que su madre se enfadara y tuvieran que discutir.
Hizo las cosas básicas que todas las personas hacen cada mañana, marcando la misma rutina, día tras día, monótonamente.
A las doce y media estaba en el lugar acordado aguardando a que llegaran sus padres. Pasaron cinco minutos y pudo distinguir la figura alta y delgada de su padre y la figura bajita y más gorda de lo habitual de su madre. Fingió una sonrisa, se agradaba de verlos, pero no lo suficiente cómo para sonreír.
-¡Papá! -dijo acercándose a su padre para besarle en las mejillas.
-Mi pequeña... Qué guapa estás-dijo sonriendo mientras le devolvía los besos a Caytlin.
-Hola, mamá-dijo dirigiéndole una mirada fría a su madre.
Se sentó en el mismo lugar que antes, ellos se sentaron frente a Caytlin, observándola de arriba a abajo.
-Bueno, Caytlin, ¿Cómo estás?-dijo su padre.
-Pues verás, papá. Estoy bien, cómo siempre, quizás un poco más cansada de lo habitual pero es que últimamente lo de María está mucho más presente en mi vida.
-Olvídate ya de eso, Caytlin. No volverá, lo sabes-dijo su madre.
-Lo sé, mamá. Gracias por recordarme que la única amiga de verdad que tuve ha desaparecido, tú sí que sabes cómo hacer feliz a tu hija.
Un silencio incómodo inundó la estancia.
-Veo que hoy te has vestido cómo una persona decente. Lo digo porque el otro día te vi por la calle, ibas igual de mal vestida que siempre, preferí no saludarte, me quedo más a gusto sabiendo que hay gente que no nos relaciona cómo familia. Ojalá fueras cómo Victoria, una mujer hecha y derecha-dijo su madre.
-Madre, yo nunca seré como ella, lo sabes. Me gusto más tal y cómo soy, yo elegí ser así y me gusta el camino que ha tomado mi vida desde aquella decisión. Quizás el hecho de que a ti te hayan obligado a complacer a tus padres te ha traumado hasta tal punto que quieres traumatizar a tu propia hija, pero no lo conseguirás.
-Cómo iba diciendo, antes de que me interrumpieras, te vi por la calle, ibas cómo de costumbre con tu amiga Marilyn y con el famoso Ben. No sé cómo puedes andar con esa gente, deberías conocer a los hijos de mis amigas, son verdaderos caballeros, seguro que alguno conseguía que sentaras la cabeza. Así que, ya sabes, el sábado vienes al club de campo conmigo, los conocerás.
Una idea se pasó por la mente de Caytlin, dejar mal a su madre, demasiado tentador.
-Acepto, pero tengo condiciones, la primera es que iré por mi cuenta, en mi coche y podré llevar a Marilyn, la segunda es que me reconocerás públicamente cómo tu hija.
-Me parece bien, bueno-dijo levantándose de la silla- ya tengo lo que necesitaba, nos vemos el sábado, Caytlin.
Su madre desapareció de la cafetería y acto seguido su padre se levantó y se fue, no sin antes besarla en las mejillas.
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